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lunes, 24 de septiembre de 2012

LA FIESTA DE LUCAS CAJNAVÁ

Abrahan Méndez
-III-
Artajerjes, ¡fíjate!
San Bartolomé de Neiba, que apenas era un nitaíno del cacicazgo de Xaragua a la hora del descubrimiento de América por
parte de los europeos
-caballos de espadas en cruz que ignoraban haberse
encontrado con su propia infancia de sureños ibéricos primitivos fundados por los fenicios siglos antes de Cristo, no
era más que una tierra de leyendas y cosechas.
Nombre de santo de piel mulata con cejas de montaña, brazos de espada
salvaje vengativa, y pies de tabardillo trasplantado hasta los salados
inmensos. Era Santa Cruz de Neiba, una
epopeya inmortal. Lago-mar entre sierras
legendarias que se besan en la frontera del dolor... Ruiseñor ebrio de amor. Río de piedras al sol calcinante; sombras de muerte.
La antigua Villa Santa Cruz, con sus dos cruces de caminos, era como el roble enhiesto del traspatio, floreciente, pero sin esperanza de fruto alguno, abanicando con los vientos de la tarde la verde angustia llanera.
Unos cuantos caminos curvos, dos callejas de polvo, y en cruz, lo decían todo.
Muchos años después, cuando el lugar pasó a ser común cabecera de provincia, se dispuso la construcción de la carretera hacia el poniente. ¡A carretilla y pala y pico, y a un tiempo de ciento veinte carretillas por un peso!
Los diezmos de los padres por los niños estudiantes que no podían ir por alguna causa justificada, consistían en racimos de víveres, arroz, yuca, etc.,etc., sirvieron hasta para el ahorro personal... en la Era de Trujillo. La Comandancia de Armas, de cuyas roídas armas no se conserva nada, era desde el gobierno militar invasor la Comisaría, y defendía, tiempos atrás, la
Bandera Nacional contra las revueltas en el mismísimo solar donde yace la Arzobispo Valera,
partía por el levante por un caminito serpenteante que besaba la vieja iglesia, de ahí seguía hacia los grandes salados de cactus y sábilas sin comparación; en La Fuentecita la vía de rana apagando fuego se partía en dos: un camino de soga de andullo subía al levante, con una ramificación hacia Las Marías, y sobre el San Martín y Cerro al Medio hasta cortar la parte baja del poblado, cruzando el río, camino a Ojeda, hasta desembocar en Los Cebollines, después Cambronal, hoy Galván, a varios kilómetros de trotes de caballos sobre los vacíos nubarrones del levante, hasta Rincón y Cahona; y el otro seguía al sur, hacia ese poblado con forma de boca
de botella que es Mella, que era más seguro rumbo a Rincón ¿no? La misma Comandancia de Armas de Neiba, por otro caminito como soga sin comienzo bajaba por el poniente, tocando el costado del cementerio antiquísimo, hasta Cachón Seco, El Córvano Jachao, en fin, bajando a
El Memizo. La población, al sur de la sierra del norte, creció después del gran incendio en los conucos, con su tremendo complejo de patio, y con el tiempo el pueblo quedó definitivamente
erigida sobre sus mejores terrenos agrícolas, y las grandes extensiones de tierras baldías vinieron a ser su mayor fuente de vida, desesperanzas, en un mundo sin agua y sin luz.
Pero el mundo era, pues, todo monte. Quienes vinieron de paso, o se establecieron en el terruño de Manuel de la Candelaria, desmenuzan su geografía diminuta con un corazón de niño.
Las reminiscencias de los viejos antes de partir en brazos de la amada inexorable, apenas encontraban un joven oído que les ponga asunto. Tradiciones de niños que se inmortalizaron en
las voces de los antiguos poetas de Marte, como una rebeldía plena del pueblo contra quienes se apartaron del verdadero trillo de angustia que nos subleva con el sol sobre el hombro. ¿Es, acaso, la eternidad de la sangre? Cuando fusilaron a Lucas Evangelista de Sena en Rincón, todo era monte. Quizás, al defenderse improvisando sus coplas del alma, olvidadas casi todas tras el viento, como poeta vidente, pensaba en la resurrección de sus esencias poéticas.
Todo era monte. El marcé de palos, la Comandancia de Armas, la Iglesia de dormidera de chivos y rezos de viejas, algunas casonas y un rancherío extraviado, todo terminaba en las puertas de la casona de la madre de Apolinar Perdomo, el insustituible Poeta del Amor, doña Dolores Sosa. Parecía la casona una lechuza picando las estrellas de la noche con la misma simpleza con que una gallina pica un macuto granos de maíz. Abajo, un poco más abajo, y en la misma línea, ¿sí?, ahora, la San Bartolo, el parque... Así la ciudad de Neiba fue tomando la fisonomía de una higuera que, milagrosamente, parecían irse librando de las lamentaciones de Jeremías.
Los efectos de las ejecuciones del Gobierno Provisional, crudos efectos desde los primeros respiros del siglo que expira colosalmente tras un horizonte de hojas secas, golpearon los cielos de nubes sin agua para los camastros de piedras calcinantes, y la cruz cayó besando los tarros de flores en cada hogar. Woss y Gil protegió a Luis Liqui Pérez, a Paulino Vásquez, su secretario, quien era nieto del mellero José Dolores López y de una haitiana llamada Rosalía; clérigo que vino con un cura párroco en los mismos tiempos en que Lucas Segundo, el venezolano, vino a remodelar la iglesia San Bartolomé por órdenes del Presidente Lilís, ¿no? Pero no; el general Lucas Cajnavá parecía ignorar que la traición de Fidel Bulla tenía tras él a Chucha de Pérez, la madre de Pancha Pérez.
Bulla confesó a Viejo el Mocho su culpabilidad sin involucrar a la lechuza. Porque al fin y al cabo lo de Panchita y Luquita nadie podría evitarlo, ya.
Además, como siempre le oyó decir al juglar maravilloso, más que con una mujer un hombre siempre se casa con una familia... Luego de la fatal traición de Fidel Bulla, los terrores de muerte de los cielos secanos reservaron al general Lucas Cajnavá una nueva traición, definitiva, múltiple, que cayó como un relámpago diluviano, insalvable. El general José Indalecio Amador, tan pronto como llegó a la ciudad del sueño, y para que el gobernador Cabulla le entregara a cambio del general Lucas Cajnavá el mando que detentaba, hizo contacto con los cantones contrarios del líder barbacoero, y despachó un correo a Barbacoas.
La comitiva que invitó al general Lucas Cajnavá a juramentarse como Comandante de Armas de Neiba y a celebrar el fin de todas las revueltas en esta región y el comienzo promisorio de una vida democrática, de elecciones libres, esa comitiva, se sabe a viva voz, fue encabezada por el único compadre que tuvo el general Lucas Cajnavá en la ciudad de Neiba.
Los demás, eran colihuérfanos que apoyaron la revolución unionista, pero el general Lucas Cajnavá pensaba en un gobierno republicano... ¿Por qué no aceptar celebrar aquello que todos los pueblos de la República ansiaban con todas las fuerzas de su alma y con todas las fuerzas de su corazón? Era la libertad que aún reclama el grito al cielo del Cacique Enriquillo, en la Sierra del Baoruco, claro. Si estuvo en San Cristóbal con sus hombres junto a las fuerzas del sur, ¿por qué no celebrar la paz entre los bolos y colús en la ciudad del sueño, hasta dónde ellos quisieran mantenerla en pié? A su vez, el general Cajnavá despachó un correo a Neiba, no obstante la rotunda oposición de su Estado Mayor, a la cabeza del cual se hallaban Viejo el Mocho y Ché Blanco. Por voz de Román Méndez y Quírico Cuevas, se informó el general Lucas Cajnavá de lo que ocurría en Neiba. Supo que el general José Indalecio Amador andaba acompañado con doce hombres que le servían de Estado Mayor, y que había destituido al hasta entonces Comandante de Armas Bartolico Félix y a Nicolás Félix su hermano. Los envió en calidad de presos a Rincón por lo ocurrido en Tierra Nueva, como se dice, pero la muerte del interventor de aduanas, señor Moges, no ocurrió en Tierra Nueva, sino enfrente a las oficinas de la aduana.
De modo que sólo entonces el general Lucas Cajnavá aceptó la invitación de su bendito compadre y demás cantones y partió con sesenta hombres de a caballos y mulos a asumir la Comandancia de Armas, a celebrar la mil veces deseada paz...
El gobernador Cabulla se había negado a transferir el mando al general José Indalecio; gritó una y mil veces que no obedecería la decisión de Morales. ¿Por qué acatar esa decisión, si no aceptaba ser sustituido hasta que no pudiera capturar al responsable de la muerte del interventor de aduanas, Sr. Moges?. Cabulla, el gobernador, no hacía otra cosa que cumplir con Chucha y Bartolico Félix Cabulla. Mas he aquí que el general Cajnavá pensaba en lo harto importante que era el restablecimiento de la concordia ciudadana, nunca antes vista en los surcos recién regados con la luna reflejada en los charcos de aguas. La historia cuenta con
palabras del corazón cómo fue la captura.
Sesenta eran los hombres que iban tejiendo cabriolas al paso de los caballos revolucionarios. Iban como San Juan a finales de julio. A la cabeza de aquellos hombres armados de revólveres y carabinas, como chivos a un corral sin empalizadas, iba el general Lucas Cajnavá, ¡sí!, el general Lucas Cajnavá.
El canto de los pájaros era escaso.
Pero las tórtolas tristes, junto a las ciguas de palmas reales y a los rolones y palometas que alzaban vuelo al paso de la recua, transmitían a los hombres el misterio de la naturaleza.
El pájaro del monte que se comparaba con un ruiseñor cancionando en primavera, era el juglar maravilloso, Lucas Evangelista de Sena; pero ya era un ruiseñor de otoño, sin verdores en el alma y no era lo mismo ni era igual a otrora carnavales; y su canto de luz era, por tanto, ¡mira! un canto de sombras de cosas:
Yo no fui quien lo mató,
Ni quien lo mandó a matar.
Los culpables de esa muerte
Fueron Bartolico y Nicolás.
El señor Moges no sólo conocía la historia de las diezmadas tropas en las lomas y el carácter invencible de nuestro general, sino que también entró en los planes homicidas de Chucha y Bartolico. En buena hora, según supo, el nuevo gobierno, a través del nuevo Gobernador, llama a la concordia entre bolos y colús. La destitución del Comandante de Armas Bartolico Félix, y su envío a Rincón en calidad de preso por lo de Tierra Nueva, así como la sustitución misma del gobernador Cabulla, auguraba sin duda alguna un verdadero parangón de paz; y por tanto, tan pronto se oyera la campana del general Lucas Cajnavá en Neiba, todo quedaría claro. No solamente lo ocurrido en Las Lajas, sino también ajenos desmanes que les habrían sido
endilgados.
El primer interesado en estar allí aquel día nefasto, donde iba a ser tomado como tema casi único, era el propio general de
generales. Más que a expresar sus
parabienes al nuevo presidente a través del nuevo gobernador; más que a dejarse
tocar el hombro por hombres que desde siempre han hecho más daño en el sur que
los incendios atroces de las hordas haitianas en retiradas, iba a defenderse él mismo
que era inocente. Sus mismos hombres, seguros de ellos hasta
morir, desde hacía mucho tiempo carecían de municiones, de ron, estaban sin un
centavo y no tenían acceso al mercado con Haití y aquí no había quién comprara
sus reses. Apenas se sostenían
estoicamente mascando tabacos y consumiendo su propio hato, manteniendo una
agricultura para el autoconsumo, con las reses, ni decir del mundo de canciones
de amor moliendo boca abajo en los ríos de piedra una hojita de ajo. Por eso, vieron también que una luz de
esperanza se encendía en el fondo profundo de aquellos días lúgubres. Ni aún el día fúnebre en que terminó sin vida
el interventor de aduanas, señor Moges, no obstante haberle ordenado vender sus
reses en principio, pudo el general Lucas Cajnavá vender su ganado en Haití; y
además, en esa nueva circunstancia, sesenta contra doce era paja las garzas.
En esa ocasión en que mataron al señor Moges, el general Lucas Cajnavá decidió llevar él mismo las reses a vender. Fue
aplaudido a su paso por Los Ríos y Postrer Río, dos heroicas cuñas de tierras
entre el lago dulce y la sierra de
Neiba. En la Azufrada los
caimanes se cubrían y otros
cerraban sus bocas larguruchas llenas de moscas... Las iguanas cogían sol en Las Caritas. En Las Barías, servía Dios dulces de leche en
labios de blancas doncellas. Sin
problemas hasta La
Descubierta. ¡No había
engaños! El interventor de aduanas había
convenido con el general barbacoero que éste pagaría los impuestos después de
haber vendido sus reses en el mercado haitiano, es decir, al regreso. Pero el bronco general Lucas Cajnavá pensaba
que era otra trampa de Bartolico Félix, y entró clandestinamente a Tierra
Nueva, donde se quedó en casa de su prima Petronila de Sena. Pondet
era un poblado ríspido, de casitas de zinc y de lodo y donde estaba el banco de
cambio, cambiando morocotas, medias morocotas, peso criollo, etc., pero donde
la morocota era igual a muchos pesos y era la moneda preferida por el hombre
del sur de la isla, sobre todo por aquellos que debían rendir cuenta al hombre
del monte y que, antes de morir, debían dejar toda su riqueza comprometida en
un singular entierro de alcarrazas llenas de morocotas, en un sitio
prefijado... en este mundo. En
Las Lajas estaba la aduana. He
aquí, empero, que el general Lucas Cajnavá, bronco, quedóse en Tierra Nueva en casa de Petronila de
Sena, la esposa de Martín
Brunito Cuevas, el principal de allí. ¿Entonces? El señor Moges faltó a su palabra de
caballero. Ordenó que el ganado fuera
retrotraído a la aduana, y exigió el pago total de los impuestos. Cuando Martín Brunito, que encabezaba los
hombres del general Lucas Cajnavá exigió el cumplimiento de la promesa dada por
el interventor, éste gritó: ¡Qué Cajnavá
ni Cajnavá, general
autotitulado! Luego Martín Brunito, quiso pagar los
impuestos con la misma buena fe con que costeaba el pagó de un preceptor en sus
tierras, diciendo: Venga señor Moges, que
yo los pago, y luego me las arreglo con el general Lucas Cajnavá
. Pero entonces comenzaron a disparar contra
los hombres del jimenista de Barbacoas los hombres de Bartolico y Chucha. ¡Ah,
esto es otro negocio
!, se oyó decir a Anduquita Cuevas, y don Martín
Brunito tocó retirada. Nicolás Cabulla,
el hombre de más confianza de Bartolico Félix, siguió disparando acantonado con
sus hombres y fue entonces cuando cayó gravemente herido el interventor
de aduanas de la
frontera, señor Moges. Frustrados ante
la astucia del hombre cuya muerte tenían encomendada, terminaron matando al
señor Moges. Porque así sería mayor el
ensarte de acusaciones existente contra el general Cajnavá. En verdad, cuando fue avisado en Tierra Nueva
de lo acontecido, el general Cajnavá vino al campo de batalla, pero ya había
sido abandonado por Nicolás y sus hombres.
¡Huyeron por la otra orilla del lago!.
¡Por Las Damas! Donde cayó el
cuerpo sin vida del señor Moges, el interventor de aduanas que se había
confabulado con Bartolico y Chucha de Pérez para que éstos le dieran muerte al
general Cajnavá, el charco de sangre...
¡Dios mío! Esto no es sólo morder polvo y cenizas. Esto es un problema grave, infame, decía nuestro general con sumo dolor, de regreso
al corazón de la montaña salvaje.
Regresaron de la frontera a la loma de Las Cortaderas, sin detenerse en La Descubierta ni en La Azufrada, como solían hacerlo; de paso por Postrer Río, Los Ríos y Las Clavellinas, saludaron con
pañuelos de palomas sin cola, a distancia,
como el rumor del río espumoso que vadearon en el heroico Postrer Río y
es que un presentimiento se había apoderado del general de generales. ¿Por qué Bartolico Félix no estaba allí, con
Nicolás, para que se diera el gusto de matarlo, tal como lo proyectaba? ¿Vendría a su encuentro? Lo único que lo indignaba era saberse sin
municiones. Y así fue. Cuando dobló la gran curva, no tardó en subir
rumbo a la estratégica loma de Las Cortaderas, que era su fuerte. Al descubrir, horas después, el rastro del
líder rebelde, Bartolico Félix, el Comandante de Armas de Neiba, se encolerizó
y no pudo más que gritar: ¡Diablos!, el asesino dejó el ganado donde
su prima Tronila, y ya subió a Las Cortaderas.
¡Diablos!.
Se escapó el chivo, carajo, volvió a gritar; y tocó huellas al revés. El general José Indalecio Amador, el día que recibió al general Lucas Cajnavá en la Comandancia de Armas de Neiba, no pudo como Poncio Pilatos lavarse las manos y declarar inocente al hijo del difunto
Merongo. No. Era uno más entre los acusadores. Naturalmente, los sesenta hombres valientes y
decididos que acompañaban al general Lucas
Cajnavá, ansiosos, olvidaron las
palabras que dijo el general de generales a la entrada de la ciudad del sueño,
y entre vivas y vivas de toda índole, quedaron borrachos como uvas moraditas.
¡Viva el general Lucas Cajnavá!
¡Viva el general Indalecio!
General frente a General y su respectivo Estado Mayor, la paz no era una mentira. Anduquita -había
arengado brevemente el general Cajnavá a sus hombres a propósito de una
intervención de Anduquita Cuevas-, la
verdad sale pero no entra por la boca.
Somos sesenta contra doce. Pero
es mejor la verdad que entra por los ojos bien abiertos o por los oídos bien
atentos que la que sale por la boca.

Sí, Anduquita, si no es la paz, es
la continuación de la lucha. Somos
sesenta contra doce, ¿no? Pero, eso sí,
nada de borracheras ni de faldas. Gallos
y pocos tiros al aire. Pocos tragos, y
así veremos si la verdad que nos llevaron en la boca de mi compadre esos
principales, no resulta ser una mentira
a nuestros ojos y a nuestros
oídos, ¿entendido?
y llovieron los tiros al aire y los
¡Viva el general
Lucas Cajnavá
!. Y
allí, de cara a cara con el general José Indalecio Amador, se sentía feliz,
como un niño lleno de juguetes en días de Reyes Magos. El mismo general Amador se mordía los labios,
de vez en cuando. Hombres como Lucas
Evangelista de Sena son inmortales desde antes de que nazcan. Es más: obligan a responder por ellos durante
todos los siglos.
¡Viva el general Lucas Cajnavá!
Sí, sí, general Lucas Cajnavá. Estoy claro, usté es inocente. Usté estaba en Tierra
Nueva, donde su prima Tronila Brunito.
Los dameros me dieron cuenta del asunto y el propio Bartolico, antes de
que yo lo hiciera preso y
enviara a Rincón, me lo confesó. Yo soy el nuevo gobernador; general Lucas Cajnavá, no le diré que no se
preocupe porque sería decirle a usté que pierda su vergüenza, pero eso sí,
informaré al presidente Morales de su inocencia, y verá usté que el nuevo Gobierno tendrá a bien armonizar con sus
contrarios en todos los rincones del país. Somos Unionistas, ¿no?
Pues bien, general Amador. Exprese usté al señor presidente Morales, que el general Lucas Cajnavá no sólo le devuelve
el saludo amplio que nos dimos usté y yo esta mañana. Le doy también mis felicitaciones sinceras, y
dígale usté que el general Lucas Cajnavá no tiene más bandera que la República de los hombres
serios y dignos. La Comandancia será de
todos, sin distingo... de nadie, sí...
Sin embargo, el presidente Morales había ordenado que se combatiera con toda suerte de armas legales a los revolucionarios que todavía se acantonaban en algunos puntos de la República. Entre esos revolucionarios
el general Lucas Cajnavá ocupaba un lugar prominente. Pero era primero un poeta. Por eso estaba allí. Alejandro el Grande, hijo de Felipo II, rey
de Macedonia, fundó el imperio más grande de la antigϋedad; habiendo sido educado por Aristóteles, el
sabio más grande de aquellos tiempos y cuyo pensamiento ocupó el largo período
de la Edad Media,
Alejandro sólo dejó en pie la casa de Píndaro cuando conquistó Tebas, sí,
Píndaro, a fin de que cante las glorias de aquella batalla. Pero aquí, en el
sur, cuando de destruir se trata, lo primero que es derribado es la casa de los
poetas.
¿Tendría empero el general José Indalecio Amador alguna noción de la grandeza del alma del Emperador Alejandro el Grande, hijo de Felipo II, rey de Macedonia? ¿Cómo darle firmeza a aquellas palabras
suyas, hijas de la ocasión? Además, era
razón de estado, mantener al Jefe en el poder a base de toda acción
maquiavélica. ¿Cuál hubiera sido el
destino de los pueblos del sur remoto si en aquella enramada de penquecocos donde estaban sentados cara
a cara el general Amador y el general Cajnavá, con sus respectivos Estado
Mayor, hubieran suscrito un verdadero pacto social de paz?. Y la Comandancia de Armas, ¿qué hubiera sido?...
Aconteció sin embargo lo contrario. Román Méndez, sobrino y hombre de suma confianza del general de generales, vino a la mesa con
un gallo de raza que él mismo había alistado con el nombre de Cajnavá y ese mismo día de alborozo el
gallo había ganado tres peleas y estaba sin un picotazo de importancia en la
cabeza ni en el buche. Recordaba Méndez
en la gallera, ratos antes, el asalto a la Comandancia de Armas
próximo pasado y en el que Paulino defendía el asta con bandera y le hirió
seriamente... ¡Eran hombres libres, abanderados, pasionales, con palabras de templo! Con el gallo Cajnavá entre sus manos, el general de generales pidió permiso y
fue a echarlo. Los ¡Viva el general Lucas Cajnavá! de la ciudad de Neiba fueron
incontables. En un mundo de libertades
públicas, ¿quién hubiera sido aquel general cimarrón? Como un gesto de concordia en aquel día
insólito, aceptó al llegar recibir de manos del general José Indalecio Amador,
y de parte del Presidente de la
República, la suma de cien pesos, y que Román Méndez por la
misma virtud llevara veinte pesos a cada uno de los hombres fieros que le
acompañaban, ¿no?, ¿quién fue el Iscariote?
¡Viva el Presidente Morales!
Fiesta. Fiesta. Música, música. La breve ausencia del general Lucas Cajnavá de la mesa de la paz y de toma de posesión, fue
aprovechada por el pérfido general Amador, para indisponer a Viejo el Mocho y a
Ché Blanco, que eran el Estado Mayor del general de generales. Pero fue el colmo del colmo que Ché Blanco se
expresara, en medio del coloquio, diciendo:
No diga
usté general
Amador, y hombre
manco no es pará;
y la rara conversación, a tales alturas, no sólo terminó
en risas sarcásticas contra Viejo el Mocho, sino que también terminó dividiendo
al Estado Mayor del general Lucas Cajnavá, los ánimos caldeados convinieron
irse de inmediato a un duelo a muerte al Córvano
Hachado,
dejando sin amparo al general Cajnavá.
El hombre, más que lógica serena, puede ser orgullo reprimido. Cuando el general Lucas Cajnavá devolvió al gallo a su sobrino Román Méndez, vio que éste, como todos sus hombres estabas
tan borrachos que no podían estar de pie.
Por eso se irritó y le devolvió al Cajnavá
en cuarto triunfo, con una orden definitiva.
Dijo: La verdad es que no han cumplido mis órdenes, o no me entendieron,
¿no? Están borrachos como una uva. Dije pocos tiros al aire y casi nada e ron,
¿no? Vaya y dé la señal de regreso y
encuéntrenme en la mesa de la paz sin pérdida de tiempo.
Ignorando que aquella sería la última orden
que recibiría del general de generales en este mundo, Méndez hizo una parada
militar, diciendo: Sus órdenes serán
cumplidas, mi general

y entró a
la gallera tratando, en vano, con
el gallo deseando su quinta pelea debajo del sobaco, tratando de recoger el
viento en el hueco de ambas manos...
¿Y Ché Blanco y Viejo el Mocho; dónde están, general Amador?
Cogieron para el Córvano Hachado, a un duelo.
¿A un duelo? ¿Y por qué?
No sé, parece que Ché Blanco le dijo a Viejo el Mocho que hombre manco no es pará... y, y...
Fue entonces cuando el general Lucas Cajnavá se puso de pie no sé si con la intención de llamar a uno de sus hombres para enviarlo tras el viento o si con la intención
de decir las palabras finales a la paz falsa que se acababa de celebrar. Pero no tuvo tiempo de ninguna de esas
cosas. Porque el Estado Mayor del
General José Indalecio Amador le encañonó al tiempo que
su homólogo le
aconsejó: Ríndase, general Lucas
Cajnavá, ríndase
. Se lo aconsejo yo, ríndase. Con tantos cañones en su pecho y apuntando a
sus sienes, sin su Estado Mayor, con sus hombres borrachos como uva moradita,
sintió ganas profundas de seguir siendo un testigo de su propia tragedia, dijo
algunas razones morales y terminó llamándoles cobardes y falderos. Pero se
rindió, y le brincaron encima y le dieron, a duras penas, más soga que a un
andullo. Inmediatamente lo metieron en la Comandancia de Armas
de Neiba, atado de pies y manos; y
desataron y montaron sus caballos rinconeros...
Entonces vino el disparo de un montante que desgarró las entrañas de los
cielos y llevó las manos a la cabeza de toda la ciudad. Entonces partieron a todo galope, rumbo a
Rincón, llevándose al general Lucas Cajnavá prisionero...
El caminito del levante de la Comandancia de Armas de la Neiba
cruzaba por enfrente de la vieja Iglesia, y allí salió al paso, con los brazos
en cruz, fray Gregorio de Miranda, dando gritos: Alto, alto. En nombre del Dios
de Israel, alto,
alto.
No se detuvieron; sólo se oyó la voz del general José Indalecio
Amador, gritando: A un lado padre de
Dios, a un lado. Si no, habrá una
matanza, a un lado padre de Dios
.
Era, sin embargo, la gran ciudad, la misma del sable de febrero y del
fusil restaurador, hoy con el lápiz y el cuaderno, como un gran mercado
internacional, debido precisamente, a que Neiba está a las puertas de Haití,
¿no?. Nada más cierto, ¿eh?
El disparo del montante era una señal extraordinaria. Un disparo si lo capturaban. Dos
disparos si el bronco general barbacoero tendría que ser capturado a sangre y
fuego. Era un poeta y, como tal, era
vidente; si no hubiera obtemperado, ¿qué
hubiera pasado en Neiba con dos disparos de un montante? Porque la caballería rinconera, a menos de
cinco minutos de trotes veloces de a caballo, con más de trescientos hombres
acantonados en las cabezas de aguas de Las Marías, picó al encuentro del
general Amador tan pronto como les fue dada la señal. Desde allí, desde Las Marías, donde
a decir de Freddy Prestol Castillo en Pablo Mamá, Esteban Cáceres, el
general Tomás Co y José Antonio Acosta (el Totoño) asesinaron
por órdenes del presidente Lilís al general Pablo Mamá no obstante los
caros servicios que este cambronaleño le brindó al Jefe de Estado siendo un
líder opositor fugitivo de paso por las lomas de Panzo; desde allí partieron los rinconeros a cubrir
la retaguardia al general José Indalecio Amador y sus doce acompañantes. Y no regresaron por el mismo camino del
levante sino que entraron a Rincón por la ruta del sur de Neiba. Las campanas que doblaban el aire de la
esperanza, en manos de los colihuérfanos pronunciaban un nombre lastimero:
Lucas Evangelista de Sena, el general Lucas Cajnavá. Hoy es solo una canción,
su propia canción:
Yo era un chivo cimarrón
Que nunca cayó en corral,
Y me cogieron los rinconeros
En un corral sin empalizá.

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